sábado, 4 de octubre de 2014

SEMINARIO DE LUGO.


Sueños encerrados entre esas paredes. Deseos de un niño y de un adolescente, que quedaron presos entre los barrotes de sus ventanas. Sueños y deseos, de un chico, que creía que iba a conquistar el mundo. Le gustaban las letras, pero tenía que aprender los números. Le gustaban las lenguas vivas, pero estudiaba las lenguas muertas. Le gustaba escribir, pero no le dejaban leer. Le gustaban todos los deportes, pero lo castigaban sin el. Pensaba por si solo, pero querían que pensara como ellos. Fueron años duros, apartado de su familia, de sus amigos, de todo aquello que amaba, pero, a pesar de esto, fue feliz entre esas paredes. Aprendió a valorar lo poco que poseía, aprendió el significado de la solidaridad, del compañerismo, de la amistad, pero también de lo contrario, del egoísmo, de la insolidaridad, de la traición.
Un edificio viejo, de grandes pasillos de vieja madera, de pequeñas ventanas, quizás, hechas para que no se escaparan los anhelos adolescentes, . Un viejo edificio de vetustas y sobrias habitaciones, en donde la soledad era tu mejor compañera. De escaleras interminables, que a veces, conducían a rincones bellísimos, pero a la vez prohibidos. Alfombras, tapices y cuadros, que a la mirada de un niño, evocaban un pasado tenebroso.
El Seminario, ha sido, sin duda, una escuela de vida. Allí se han forjado sueños y deseos, algunos cumplidos y otros, quedaron atrapados entre sus paredes. Pero, estoy seguro, que la gran mayoría de los adolescentes que allí estuvimos, si volviésemos a nacer, atravesaríamos las grandes y viejas puertas otra vez, para volver a vivir una experiencia que, seguro, nos hizo mejores personas.

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